Por Angela Current De los archivos del médico
Llevaba más de dos años ignorando la masa de tejido blando de la parte posterior de mi rodilla. A veces me tumbaba en la cama con la rodilla doblada y se me dormía la pierna por debajo de la rodilla. Pero me convencí de que era sólo un exceso de grasa y nada de lo que preocuparse.
En cambio, decidí perder peso. Empecé a caminar, luego a correr y finalmente comencé a entrenar para una carrera. Pasé de pesar 225 libras a 155 libras y me sentí increíble, pero la masa en mi pierna era mucho más notable. No podía negar que algo iba mal. Me asusté, dejé de dormir y empecé a vivir con una extraña sensación de temor.
Cuando por fin fui al médico en 2003, supe por su mirada que las noticias no eran buenas. Me hicieron una resonancia magnética el viernes 13 y me pasé el resto de la tarde acosando al pobre hombre para que me diera los resultados. Finalmente me llamó y me dijo que era un cáncer; más concretamente, un liposarcoma, una forma rara de cáncer graso. Cuando me examinaron, la masa había crecido unos 15 centímetros por 10 centímetros. Pasé entonces tres de los días más largos de mi vida pensando que probablemente perdería la pierna y tendría que soportar la quimioterapia, pero el especialista en sarcomas que vi me dijo que no creía que eso fuera a ocurrir.
A pesar de que mi pronóstico era tan bueno como puede serlo -no sólo iba a ser capaz de sobrevivir a este cáncer, sino que también iba a conservar mi pierna- el miedo era paralizante, y mi salud mental empezó a sufrir. Empecé a tener ataques de ansiedad y me deprimí.
Para calmar la depresión, seguí entrenando durante el tratamiento, que consistía en seis semanas de radiación, seguidas de dos cirugías y ocho semanas de fisioterapia. Cuando no estaba con muletas o con una férula, estaba en la cinta de correr. No era bonito, pero seguí con mi rutina de caminar y correr. El sueño de la carrera me proporcionó una razón para superar el dolor y luchar por ser lo más normal posible. Y cuando estaba demasiado débil para caminar, pasaba el tiempo en Internet investigando el negocio de currículos que acabaría montando.
Tardé seis meses más de lo que esperaba, pero 11 meses después de mi diagnóstico, corrí y terminé la primera carrera de 5 kilómetros de mi vida. No gané oficialmente la carrera, pero me sentí como si hubiera llegado la primera.
El cáncer fue la carrera de mi vida. Me cambió para siempre. Antes del cáncer había sido madre, esposa y amiga, pero ahora me doy cuenta de que no estaba siendo amiga de mí misma. Me había pasado la mayor parte de la vida caminando en una nebulosa, haciendo sólo lo que los demás esperaban de mí y sin lograr nunca las cosas que quería hacer. Pero fue necesario un diagnóstico de cáncer a los 37 años para sacudirme hasta el fondo y hacer desaparecer esa niebla.
Publicado originalmente en el número de enero/febrero de 2008 de doctor the Magazine.