Comer emocionalmente significa recurrir a la comida para consolarse, no porque tenga hambre. Esa bolsa de patatas fritas y esas galletas de chocolate pueden resultar atractivas cuando te sientes mal. Pero el alivio no dura, y puede hacer que comas en exceso y ganes peso.
Puedes aprender otras formas de controlar esos sentimientos, de modo que no recurras a alimentos poco saludables cuando te sientas triste, estresado, ansioso o enfadado.
7 formas de detener el desencadenamiento
Cuando notes que estás a punto de comer porque no te sientes bien, busca cosas saludables que puedas hacer hasta que se te pasen las ganas de comer. Por ejemplo:
Habla con un amigo.
Leer un libro o una revista, o escuchar música.
Salga a caminar o a correr.
Meditar o hacer ejercicios de respiración profunda.
Juega a un juego.
Hacer las tareas de la casa, la colada o el jardín.
Escribe un correo electrónico.
Lleva un diario de comidas. Anota qué y cuándo comes, y qué pensamientos o emociones tienes en cada comida o merienda. Puede que encuentres patrones. Por ejemplo, puedes notar que comes por razones sociales, como cuando otras personas te animan a comer o para encajar en un grupo.
También es posible que quieras trabajar con un consejero en "terapia de conversación". Es un buen lugar para planificar otras formas de manejar tus emociones y cómo te relacionas con la comida.
Busca ayuda
A veces, desarrollar hábitos alternativos o distraerse de la comida no es suficiente. Prueba la meditación o el asesoramiento, o habla con tu médico para ver qué recursos y técnicas te recomiendan para ayudarte a afrontar el estrés emocional.
A medida que aprendas a practicar mejores estrategias de afrontamiento y a frenar la alimentación emocional, recuerda recompensarte. Si te das una palmadita en la espalda por un trabajo bien hecho, aumentarás la probabilidad de mantener tus nuevos hábitos saludables.